Después de varios intentos en el curso pasado, los alumnos y profesores de Patrimonio Soriano, fuimos a Tiermes. Es un yacimiento celtíbero-romano localizado en el suroeste de la provincia de Soria; está prácticamente aislado, en medio de un espacio vacío de pueblos y gentes, por eso al contemplarlo nos llevamos una grata sorpresa.
Desde la ermita románica, que es la primera joya que nos recibe, nos dirigimos a la Puerta del Sol de entrada a la ciudad. A lado de ella se encuentra el graderío, un espacio de interpretaciones de usos múltiples que se han venido desarrollando: desde plaza de toros, teatro, mercado de ganado, anfiteatro etc., hasta la función que cumple hoy en día, donde se representan obras de teatro e incluso alguna ópera como ha sucedido este año.
Recorrimos las casas del sur de origen celtibérico excavadas en la roca; entramos y salimos en las mismas recorriendo sus dependencias como Pedro por su casa, y efectivamente llegamos a casa Pedro, que es la casa con las mejores vistas de todo el yacimiento.
Las casas Insulae, o de varios pisos cuyas vigas se apoyaban en la roca, se aprecian antes de llegar al acueducto, resultando muy curiosas para los alumnos.
Ya en el Acueducto, entramos en el túnel, casi 150 metros de longitud, que recorrimos a pie. Excavado en la roca, es una auténtica obra de ingeniería romana que llega al Castelo Aque, desde donde se distribuye el agua a la ciudad a través de fuentes o para llenar las termas (cuyos restos vemos alzarse como símbolo de la ciudad). Traían el agua desde el rio Pedro a 5 Km de distancia a través del acueducto exterior cuya obra pudimos apreciar al igual que el ramal norte de la conducción de agua a esa parte de la ciudad.
A través de la Puerta Oeste, nos dirigimos a la parte alta de la ciudad y allí a la “Casa del Acueducto”. Esta cuenta con numerosas estancias de todo tipo. Por los restos encontrados (cerámicas, fundiciones, telares etc.) es más que una unidad de habitación, una unidad económica de almacenaje y redistribución agrícola y otros productos.
Con todo esto, poco tiempo quedó para la visita al resto del yacimiento, pero debemos destacar el Castelo Aque o red de distribución de agua a la ciudad y los tabernaes o tiendas romanas situadas alrededor del mismo.
Una vez realizadas las compras, nos dimos un paseo por los foros, donde han aparecido restos de edificios interesantes, templos y estructuras en los mismos como los pórticos.
Para terminar nos dirigimos a tomar algo en la famosa Venta de Tiermes, donde probamos las suculentas viandas que nos ofreció el amigo Manolo.
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Vivimos tiempos de certezas volátiles y certezas ardientes. Literalmente. La seguridad estructural, antes un dato más de los planos, es ahora una prioridad absoluta para ingenieros, arquitectos y responsables de prevención. Y ahí, en el discreto margen de las normativas y los reglamentos técnicos, está ella: la pintura ignífuga para hierro, esa heroína silenciosa que no busca reconocimiento, pero que actúa cuando más se la necesita.
No hablamos de una simple capa de pintura, sino de una tecnología de protección pasiva capaz de ganar tiempo en una situación donde cada segundo cuenta. Porque no se trata solo de proteger un edificio: se trata de proteger a quienes están dentro de él. Por eso, en estos días, cuando la conciencia sobre los incendios se entrelaza con las exigencias de sostenibilidad y responsabilidad civil, la ignifugación ha dejado de ser una opción para convertirse en obligación. Y si no, que se lo pregunten a quienes diseñan hospitales, colegios o centros logísticos.
Hoy, más que nunca, se impone hablar de ignifugaciones. Porque la seguridad no se improvisa: se proyecta, se ejecuta y se protege.
La pintura ignífuga es un revestimiento técnico especialmente formulado para retrasar la acción destructiva del fuego sobre estructuras metálicas. Cuando las temperaturas superan ciertos umbrales, la pintura reacciona químicamente, expandiéndose y formando una espuma carbonosa que actúa como barrera térmica.
Esta capa, que puede alcanzar varios centímetros de espesor, evita que el hierro alcance temperaturas críticas (alrededor de 500-600°C), momento en que el acero comienza a perder resistencia estructural. En otras palabras: le gana tiempo al fuego. Y eso, en un incendio, puede marcar la diferencia entre el derrumbe y la contención.
El hierro es fuerte. Muy fuerte. Pero no es invencible. Basta que el calor se intensifique para que empiece a doblarse como si fuera mantequilla. Una estructura metálica sin protección ignífuga es una trampa. Y en un incendio, el tiempo que tarda en ceder puede ser de apenas unos minutos.
Por eso, aplicar pintura ignífuga a los elementos estructurales no es solo recomendable: es una medida estratégica de seguridad. Además de prevenir colapsos, permite evacuaciones más seguras y facilita el trabajo de los equipos de extinción. Una edificación que mantiene su esqueleto en pie es una edificación recuperable.
Y en ciudades donde los riesgos conviven con la densidad poblacional y los espacios compartidos, como en ignifugaciones en Barcelona, estas medidas no solo salvan infraestructuras: salvan vidas.
La aplicación no es cosa de manitas del bricolaje. Requiere conocimiento técnico, cumplimiento de normativas y supervisión. El proceso general suele seguir estos pasos:
No es lo mismo pintar una viga en una nave industrial que los pilares de un auditorio. Cada caso requiere un estudio técnico previo que determine la solución óptima. Y aquí entra en juego la experiencia del aplicador y la calidad del producto elegido.
Hace unos años, el recurso habitual eran los morteros ignífugos. Efectivos, sí, pero toscos, pesados, difíciles de aplicar y de mantener. Hoy, las pinturas intumescentes han tomado el relevo, combinando tecnología, estética y rendimiento. Menos espesor, mayor eficiencia. Y sin comprometer el diseño de interiores ni sobrecargar estructuras.
La protección pasiva contra incendios ya no es una molestia. Es una ventaja competitiva en cualquier proyecto de arquitectura o ingeniería.
Y para quien quiera profundizar más en estas soluciones que trabajan en silencio, recomendamos este recurso clave: protección pasiva contra incendios.
La versatilidad de este producto permite su uso en múltiples sectores. Algunos de los más habituales:
En un reciente incendio en un complejo logístico de Tarragona, las estructuras de hierro protegidas con pintura ignífuga resistieron más de 120 minutos sin sufrir daños estructurales graves. Los bomberos destacaron el buen comportamiento de la ignifugación, que facilitó las tareas de extinción y evitó el colapso del edificio.
Ese margen de tiempo fue clave. No hubo víctimas. El sistema funcionó. La pintura ignífuga para hierro cumplió su misión.
Actualmente, muchos fabricantes han desarrollado fórmulas sin disolventes, de bajo contenido en COV (compuestos orgánicos volátiles) y sin toxicidad en la combustión. Esto convierte a la pintura ignífuga en una solución sostenible, alineada con los estándares ambientales y de construcción verde (LEED, BREEAM, WELL).
La pintura ignífuga para hierro no busca protagonismo. No llama la atención en un edificio. No brilla. Pero cuando el fuego aparece, se convierte en la diferencia entre el desastre y la oportunidad. Entre el colapso y la resistencia. Entre el caos y la evacuación ordenada.
Hoy más que nunca, apostar por la ignifugación es apostar por la vida. Es construir con conciencia. Y no hay nada más moderno que eso.
En el epicentro de toda cocina industrial —ya sea un restaurante con alta demanda o una cocina escolar donde la seguridad de cientos de niños es prioritaria—, la amenaza latente es siempre la misma: el fuego descontrolado. Este enemigo invisible, nacido de la combinación de grasas, aceites calientes y temperaturas extremas, puede transformarse en un desastre de consecuencias incalculables. Por ello, contar con sistemas de extinción automática en cocinas industriales e incluso en cocinas escolares no es un lujo ni una opción, sino una necesidad imperiosa para proteger vidas, instalaciones y la continuidad del negocio o servicio.
Es aquí donde el sistema de extinción automática en cocinas emerge como la solución más avanzada, inteligente y confiable para detener cualquier brote ígneo antes de que se convierta en un incendio devastador.
La campana extractora es el auténtico corazón del riesgo en cocinas profesionales y escolares. Su función es expulsar humos, olores y vapores, pero al mismo tiempo es un punto crítico donde se acumulan grasas inflamables. Sin una protección eficaz, la más mínima chispa o el aumento de temperatura pueden encender ese depósito invisible de grasa con resultados catastróficos.
Un sistema de extinción diseñado específicamente para estas campanas debe detectar rápidamente cualquier signo de incendio y actuar de forma automática, sin necesidad de intervención humana. Esto es especialmente vital en cocinas escolares, donde la rapidez y la seguridad son imprescindibles para evitar daños personales y garantizar un entorno protegido para los más vulnerables.
La extinción automática en cocinas garantiza esta protección total, gracias a un diseño que integra sensores térmicos, sistemas de rociadores y agentes extintores químicos especializados, capaces de sofocar incendios de aceites y grasas en segundos.
Este sistema no es solo un conjunto de piezas aisladas; es un entramado tecnológico de alta precisión que trabaja en perfecta sincronía. Sus principales componentes son:
Todo ello conforma un sistema de extinción de incendios en campanas industriales que funciona de manera autónoma y confiable, protegiendo tanto la infraestructura como la vida humana.
La legislación vigente, tanto a nivel nacional como europeo, establece que toda cocina industrial debe contar con sistemas de extinción automáticos homologados y en perfecto estado de mantenimiento. Esto incluye, por supuesto, cocinas escolares, donde la seguridad no admite margen para errores.
La instalación debe ser llevada a cabo por profesionales especializados que respeten las normativas como el Documento Básico de Seguridad contra Incendios del Código Técnico de la Edificación (CTE) y las normativas UNE-EN aplicables. Sólo un proyecto técnico riguroso, acompañado de un mantenimiento continuo y certificado, puede garantizar la eficacia del sistema.
La inversión en un sistema de extinción no sólo protege físicamente la cocina, sino que también aporta múltiples beneficios operativos y económicos:
Un sistema de extinción de incendios solo es eficaz si se mantiene en condiciones óptimas. Por ello, la normativa obliga a realizar inspecciones periódicas que incluyen:
Un sistema desatendido puede fallar en el momento crucial, convirtiéndose en un riesgo aún mayor. La contratación de técnicos certificados para el mantenimiento y revisión es, por tanto, un paso indispensable.
Hoy, en un mundo donde la seguridad es más que una obligación, el sistema de extinción de incendios en campanas industriales y cocinas escolares se presenta como el escudo imprescindible contra un peligro constante. No se trata solo de cumplir una normativa, sino de proteger lo más valioso: las personas y el patrimonio.
El fuego no avisa, y por eso la tecnología automática, rápida y efectiva de estos sistemas es la mejor garantía para evitar tragedias. Invertir en extinción cocinas no es un gasto, es una apuesta inteligente y necesaria para cualquier instalación culinaria que valore su futuro y seguridad.